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El Mail de JRG

Hay decisiones que se toman con la cabeza, otras con el estómago… Y luego están las que se toman con el corazón. Esta escapada fue una de esas.

Todo empezó una tarde, sofá, calor, y mi chica dice con esa cara suya de pilla:

— “Quiero ver luciérnagas de mar. Vamos a Awaji en moto.”

Y claro, cuando una vietnamita adorable que sabe usar los ojos como cuchillos te lo dice, tú solo puedes decir:

— “¿Cuándo salimos?”

Spoiler: fue una idea brillante. Literalmente.

Día 1: Gasolina, arrozales y un abuelo kamikaze

Despertamos temprano en Osaka, desayunamos sin prisa pero con hambre de asfalto.
Nos fuimos hasta el Rental819 en Itami. Cero complicaciones, trámites rápidos y la joyita que nos esperaba era una Honda Rebel:
negra, baja, rugiendo lo justo. Lo suficiente como para sentir que el viaje iba a ser épico.

Encendemos el motor. Suena ronca. Nos miramos.
No hace falta decir nada.
Arrancamos.

🏞️ Montañas, curvas y Kobe a lo lejos

Salir de Itami fue como pelar capas de ciudad hasta dejarla atrás. Los edificios dan paso a árboles, luego a montañas que te abrazan con sombra.
La carretera se vuelve juguetona. Curvas. Subidas. Bajadas. Y el olor a verde.

Y de repente: Kobe.
Sofisticada, moderna, con sabor a puerto y a historia.

Pero no nos detenemos. Porque lo que viene ahora es para grabarlo en la retina.

🌉 Akashi-Kaikyō: el coloso de acero

De frente, el segundo puente colgante más largo del mundo (3.911 m).
Una obra de ingeniería japonesa que une dos mundos: la isla principal de Honshu con la misteriosa Awaji.

Cruzar ese puente en moto no es ir de un sitio a otro.
Es una ceremonia. El viento se cuela por el casco, el océano a ambos lados, y la Honda Rebel responde como si también estuviera emocionada. A mitad del trayecto, silencio total. Solo se escucha el rugido suave del motor y el mar allá abajo.
Bienvenidos a Awaji.

🏡 Kusumoto: nuestro nido entre arrozales y mar

El GPS nos lleva por pequeñas carreteras hasta nuestro Airbnb. Una casita con encanto, en Kusumoto, donde el tiempo va más despacio.

Abres la puerta, y lo primero que ves es una ventana panorámica a campos de arroz que parecen oleadas verdes, con el mar de fondo saludando al sol. Ni un ruido. Solo el canto de cigarras y el crujido de la madera bajo los pies. Dejamos las mochilas y salimos a explorar.

🍱 Awaji Chef’s Garden & Ladybird Road

La primera parada gastronómica fue en Awaji Chef’s Garden, que es como un festival de foodtrucks permanente, frente al mar. La comida decepcionante pero las vistas suplen esa carencia.

Luego, paseo por Ladybird Road: un sitio lleno de tiendas de autor, cafés monos, y ese rollo de “esto no parece Japón, pero sí lo es”.

🧱 Terremotos, historia y respeto

Nos desviamos hacia el Hokudan Earthquake Memorial Park.
Y ahí, el tono cambia.

Porque lo que ves es lo que quedó tras el brutal terremoto de 1995: suelo levantado, grietas, casas congeladas en el tiempo.
Un lugar que no olvida, que preserva la cicatriz como homenaje.

Salimos tocados, reflexivos…
Y entonces, como si el universo quisiera recordarnos que la vida sigue, pasa el momento más surrealista del viaje.

💥 El abuelo en bici: Japón no es tan seguro

Íbamos tranquilamente por una carretera secundaria. Todo en orden.
Y de repente, un abuelo en polico y sandalias, pedaleando en una mamachari a cámara lenta decide pararse en medio de la carretera.
Sin mirar.
Ni un gesto. Ni una disculpa.
Como si el tráfico no fuera con él.

Frenazo brutal. Nos salvamos por centímetros.
No era la primera vez que me pasaba, pero si la primera grabada en vídeo.

⚠️ Apunte para futuros moteros por Japón: Las bicis son salvajes. Especialmente si es un abuelete o una mujer. Según estadísticas, Osaka, es la ciudad con más accidentes ciclistas del país. Y lo puedes notar.

🌅 Keino-Matsubara y la magia marina

El día termina en la playa de Keino-Matsubara.
Nos sentamos en la arena, casco en mano, y el cielo se incendia en tonos naranjas y rosados.

Pero lo mejor estaba por llegar.

En la noche nos dirigimos a 尾崎海水浴場, donde habíamos reservado un tour muy especial:
Un guía local nos lleva a la orilla y, con apenas un roce de la mano, el agua se enciende en azul.
Son microcrustáceos luminiscentes, las famosas luciérnagas de mar.

La luz no se ve. Se siente.
Como pequeñas estrellas escapando del universo, brillando solo para nosotros.

Y ahí, de pie, riendo, asombrados, cogidos de la mano…
Pensé que este viaje ya había merecido la pena, y aún era solo el primer día.


Mapa de nuestra aventura: https://x.jrg.tools/DeLm9K